En la pasada temporada del Teatro Real de Madrid se representó la ópera bufa Così fan tutte de Wolfgang Amadeus Mozart con libreto de Lorenzo Da Ponte (fue la tercera ópera en la que colaboraron, después de Las Bodas de Fígaro y Don Giovanni). El montaje levantó expectación y polémica en la ciudad y en el mundo operístico porque el director de escena era el mismísimo cineasta Michael Haneke, quien anteriormente ya había montado Don Giovanni en París en el 2006, ausente en el estreno de este Così fan tutte porque justo durante esos días se llevó a cabo la gala de los Oscar, estando su película Amour (2012) nominada a cinco estatuillas, llevándose al final sólo una (mejor película de habla no inglesa).
Resumidamente, el argumento de la obra gira en torno a cuatro personajes (dos hermanas, Fiordiligi y Dorabella, y sus novios, Guglielmo y Ferrando, respectivamente) que están siendo manipulados por otros dos (Don Alfonso, amigo de los novios, y Despina, criada de las hermanas), habitando en el Nápoles del siglo XVIII. Don Alfonso, personaje cínico, mordaz y sin escrúpulos, reta a Guglielmo y a Ferrando, jóvenes e ingenuos, debido a que está convencido de que sus mujeres les pueden ser infieles si se les tienta, hipótesis que los novios no creen posible. Ellos aceptan, fingen irse a la guerra y vuelven disfrazados para tratar de conquistar a la novia del otro. Al final, luego de una serie de enredosos sucesos jocosos y atropellados, las dos mujeres ceden, para confusión de los amantes.
Como no podría ser de otra manera, el acercamiento de Haneke a Mozart es uno que dista mucho de los que estamos acostumbrados a ver. Si bien varias de las óperas del compositor de Salzburgo son divertidas y desenfadadas caricaturas llevadas al absurdo, Haneke despoja a Mozart de prácticamente toda comicidad y dinamismo, restando elementos que distraigan al ojo (el diáfano y sobrio escenario no cambia en toda la obra), centrando toda la atención en la psiquis y tormento de los personajes, y revelando los aspectos más turbados, perversos, siniestros y torturadamente eróticos que de la obra se pueden extraer, un proceder marca de la casa que cualquiera que haya experimentado alguna de sus películas podrá reconocer.
Haneke mezcla épocas vistiendo a unos cantantes con ropas de hace dos siglos y pico y a otros con un estilo actual, y de la misma manera el atrezo es una combinación entre un palacio señorial y una moderna vivienda de clase alta, como queriendo conservar el pasado a la vez transgrediéndolo.
La intención es interesante y sin duda podemos señalar logros y hallazgos en la propuesta (su pulcritud, su refinamiento, sus rasgos más bien cinematográficos al grado de que a veces parece que estamos viendo Funny Games), pero mucho me temo que el conjunto no termina de cuajar ni de consumarse. Al apartar sus cualidades cómicas, la trama no funciona y resulta poco o nada creíble, incluso ridícula. Un argumento tan disparatado como el de Così fan tutte sólo convence mediante el absurdo más satírico, y Haneke ha querido, en cambio, dotarlo de realismo. Debido a esto, los roles y lo que impulsa a los personajes a hacer lo que hacen se diluye. El propio Haneke se sinceró durante la conferencia de prensa de este montaje: “No me siento en primera línea de dirección operística. Mi profesión es director de cine”. Y aunque desde luego no es la primera vez que dirige ópera o teatro, se nota que lo suyo es otra cosa. Viendo su Così fan tutte, por momentos hasta pareciera reflejarse cierto desprecio (¿o será incompetencia?) por las convenciones teatrales e incluso se le puede recriminar el pobre criterio imaginativo con el que abordó algunos de los retos de la trama, como los disfraces de los novios -fundamental elemento que en la práctica sostiene todo el argumento-, en lo absoluto estimulantes y nada verosímiles (y de los cuales se despojan al poco tiempo, no marcando una clara diferencia entre los novios “auténticos” de los novios “disfrazados”, para total desconcierto de los espectadores), generando por tanto una serie de situaciones chocantes y defectuosas.
Oscureciendo a Mozart, Haneke destruye su espíritu burlón. No deja de resultar curioso y producir perplejidad que haya intervenido ya en dos óperas de él, tan distintas a su estilo, cuando existen toda una serie de obras que podrían encajar mejor con su personalidad (Wozzeck de Alban Berg es una opción casi hasta evidente).
Se entiende entonces que el propio cineasta austriaco haya dicho que muy probablemente se trate de su último montaje operístico. Independientemente de la eterna partitura de Mozart, su Così fan tutte se mantiene a flote gracias a la solvencia de los intérpretes, de los que destaco particularmente a una bellísima Anett Fritsch (Fiordiligi) y a un William Shimell (Don Alfonso) de mirada tan severa como profunda.
Foto: Javier del Real.
Artículo publicado originalmente en Satélite Media.
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