Los cuentos de Hoffmann en el Teatro Real: el último despropósito de la era Mortier

La victoria de la ópera abstracta.

09-06-2014. Teatro Real, Madrid.

Si la anterior producción del Teatro Real -es decir, el Lohengrin de Wagner– recibió unánimemente malas críticas en prensa y público, la versión de Les contes d’Hoffmann (1881) de Jacques Offenbach a cargo del director francés Sylvain Cambreling y el director de escena suizo Christoph Marthaler (la cual estará representándose hasta el 21 de junio), ha causado también reacciones no del todo positivas. Y no es para menos, ya que esta inédita versión de la última e inacabada gran obra de Offenbach es un despropósito se la vea por donde se la vea, muy en sintonía con las producciones operísticas contemporáneas, es decir, apostando por planteamientos escénicos (independientemente de mejor o peor gusto) que poco o nada tienen que ver con la trama de la obra en cuestión, forzando los acontecimientos de la historia o, incomprensiblemente, desvinculando lo que se canta de lo que sucede, ocasionando que lo que se proyecta en el escenario sea del todo inverosímil o incluso ridículo: es la victoria de la «ópera abstracta».

C-Hoffman-5945Estos Cuentos de Hoffmann se ambientan en un espacio inspirado por el Círculo de Bellas Artes de Madrid: el café, los talleres, la sala de billares. Por lo que se lee, es una rebuscada idea que proviene del propio Gerard Mortier (ex director artístico del Real recientemente fallecido) ejecutada con la complicidad y sobre todo la labor del trío Marthaler-Anna Viebrock (escenógrafa y figurinista)-Cambreling. El escenario (el cual, por otro lado, y hablando en términos estrictamente estéticos, es bello por amplio, diáfano, pulcro y elegante) no cambia durante los cinco actos; sin embargo, aunque entre unos y otros presenta variaciones, definitivamente no funciona igual de bien en su conjunto. Para el prólogo y el epílogo puede valer ya que originalmente esta parte de la trama se desarrolla en una taberna, pero para el resto no.

En este frío e intelectualizado lugar es donde se desarrollan estos Cuentos de Hoffmann, el relato de las desdichas amorosas del poeta romántico-fantástico alemán E.T.A. Hoffmann. No obstante, poco romanticismo encontramos en la presente versión, poca fantasía, y sí mucho surrealismo: aparecen personajes secundarios basados en Dalí, Buñuel y Picasso; otros se arrastran como gusanos por el suelo o se contorsionan por el escenario sin que se sepa muy bien la causa; la escultura femenina que se encuentra en primer término se descubre con vida; aparecen mujeres barbudas; una serie de modelos en bata surgen desde dentro de una mesa de billar (antes habían estado posando desnudas ante artistas que las dibujaban); y el acabose: casi al final irrumpe de pronto Stella (personaje idílico, el último enamoramiento de Hoffmann) recitando un texto de Fernando Pessoa, aportando una inflexión al libreto que no convenció del todo, revolviendo a más de uno en su asiento.

El producto, lógicamente, termina viéndose descompensado e imagino que quien no conozca a priori el argumento de la ópera no se enterará de nada y saldrá del teatro confundido y extrañado, pensando quizá que la obra de Offenbach no tiene ningún sentido (y eso que ya cuesta un poco seguir esta obra en una representación “clásica” debido a su multiplicidad de historias dentro una). En esa suposición, la hermosa partitura del compositor se desluce un poco. Como producto teatral posee interés e ideas valiosa e innovadoras, pero cuando pasan las cuatro horas y pico que dura la función (descansos incluidos), uno tiene la sensación de haber oído a Offenbach pero no de haber visto Les contes d»Hoffmann.

 
Reparto

C-Hoffman-2548Ana Durlovski como la autómata Olympia cantó muy bien su parte pero a su actuación le hizo falta un movimiento más mecanizado porque no transmitía demasiado bien que su personaje se trata en realidad de una muñeca hecha de engranajes. Anne Sofie von Otter hizo de Musa y mantuvo el tipo y la elegancia pero ya se le escucha poco debido, claro, a que está a punto de convertirse en sexagenaria. Eric Cutler como Hoffmann no lo hizo mal, pero el extraño concepto con el que se realizó este montaje fue en su contra porque al ser su personaje el más romántico de todos quedaba desfasado en aquel lugar. Measha Brueggergosman interpretó dos personajes en extremos registros, por un lado encarnó a una Antonia sin ningún drama (incluso su muerte acontece de la manera más sosa posible) y por otro dio vida a una Giulietta más carnívora que sensual. Creo que hubiese sido mejor emplear a dos cantantes distintas para cada papel o bien haber diferenciado más acusadamente en su vestuario a Brueggergosman para cada personaje. Vito Priante ejecutó un decente Lucifer urbanita y su expresión sí que transmitía perversidad y maldad. En cambio, el director de escena no supo sacarle demasiado partido al pobre Christoph Homberger en ninguna de sus apariciones. El coro del Teatro Real, fantástico, como viene siendo habitual. La orquesta, rescatando la noche.

Montaje irregular, por momentos aburrido (particularmente la parte de Antonia, ¡una lástima porque es el cuento más bonito por más humano de todos!), con algún acierto que no alcanza a justificar el despropósito. Veremos qué nos trae Joan Matabosch (ex director artístico del Liceu, ahora en el Real) a partir de septiembre…


Artículo publicado originalmente en Fac magazine.


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