GRUPO SALVAJE. III

Lo mejor que han hecho Ernesto González y su banda. ¿Definitivamente? El tiempo nos dirá si sí o si no.

GRUPO-SALVAJE-III-portada-lvúParece inconcebible que el Grupo Salvaje que se presenta en este III (Acuarela, 2013) sea una banda que alguna vez haya cantado muchos de sus temas en inglés; incluso su primer disco se titulaba In black we trust (Acuarela, 2003) y todavía en el segundo, Aquí hay dragones (Acuarela, 2006), la mitad del set estaba en este idioma. Me sorprende porque el peso y protagonismo poético y narrativo de las letras en este tercer álbum es tal, que no comprendo que un autor con la soltura textual como la que tiene Ernesto González (compositor de prácticamente todo el disco) no se haya expresado desde un principio en su lengua materna, un territorio lingüístico muchísimo más provechoso, natural y lógico para desarrollar de manera más profunda y auténtica sus fines.

Bueno sí: Entiendo que esto se deba más a un impulso imitativo (algunos de sus referentes musicales son Nick Cave, Leonard Cohen, Johnny Cash, The Byrds, Bob Dylan, entre otros) que a una plena consciencia creativa y personal. Ahora que se ha decidido por el castellano al fin, no me parece casualidad que III sea su trabajo más logrado hasta la fecha.

El disco se abre con “De Hornos al Fin del Mundo”, ideal inicio para una travesía tan literaria, peliculera (no por nada el nombre de la banda nos remite al título de un film de Sam Peckinpah), épica y marítima como esta: un marinero piensa en su amada, como si le estuviera escribiendo mentalmente una carta amorosa y de despedida, mientras conduce un barco en mitad de una noche que de tan oscura no puede ni ver sus propias manos. “De regreso a Tsalal” es un guiño a la novela La esfinge de los hielos (1897), relato que a su vez es una continuación a modo de homenaje de La narración de Arthur Gordon Pym (1838) de Edgar Allan Poe. De hecho, la sensación que da buena parte del disco es como la de ir navegando por un libro de aventuras musicalizado y el propio arte del álbum así lo acentúa.

“Tormento” recuerda al Nacho Vegas más cabaretero e incluso, por ende, a Bunbury. Estilísticamente, es la más apartada del resto. “Su abismo” refleja cualidades que definen más o menos la sonoridad de todo el álbum (un punto intermedio entre el sur y la costa oeste de Estados Unidos). “Leviatán” es dramática, frenética, potente, algo delirante y se contraponen sufrimientos y deseos; podría haber sido una canción de Los Enemigos o de Josele Santiago como solista (de ahí que sea razonable que Fino Oyonarte haya apoyado en producción y mezclas); además esta pieza le da al conjunto del álbum ciertos matices bíblicos, como así ocurre con otros temas.

“Te has quedado para vestir santos” va sobrada de influencias de rock-pop-psicodélico sesentero, como el que Los Beatles condensaron en el Revolver (1966), un estilo que Ernesto González conoce bien (a finales de los ochenta lideraba una banda llamada The Pribata Idaho, quienes exploraban estas cualidades sonoras). La dilatada “Vigilia de Pentecostés” es como la banda sonora de una gesta casi homérica. Una epopeya bélica con trágico final.

“Adiós” tiene mucho de americana. A pesar de las tendencias suicidas de la letra, los coros esponjosos y arropadores son como tersas nubes en un día soleado. Tenemos permiso para llorar. La oscura y casi infernal “VII” es probablemente la más críptica de estas canciones pero también (y no necesariamente por esto) la más floja.

“Jonas (de las manos sucias)” es un ejercicio de blues hipnótico que gira repentina y momentáneamente a un estado más enérgico y salvaje, como para justificar un poco el nombre del grupo. Finalmente “El vals de las olas contadas” es un corte luminoso, amoroso, anhelante, esperanzado y a la vez se percibe como una entrega total del espíritu, una feliz rendición y una muerte dulce, como si el autor deseara y demandara un descanso de sí mismo.

En general, III es disfrutable y logra emocionar. A la acertada variedad instrumental se le suma el notable talante interpretativo de Ernesto y compañía, quienes consiguen que los motivos y tránsitos meramente musicales crezcan una barbaridad. Puntos flacos: Cinematográficamente hablando quizá se pasaron de metraje y conceptualmente el álbum se queda a medias. Aspectos que al final no frustran la escucha de este trabajo concebido lentamente y con sufrido amor. Lo mejor que han hecho González y su banda. ¿Definitivamente? El tiempo nos dirá si sí o si no.


Artículo publicado originalmente en Fac magazine.


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