VICENT LILLO. Amores y dunas

Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere...

espiral-narratives-1-amoresdunas-LVÚAmores y dunas (Espiral Literaria, 2013) es tanto el primer título del valenciano Vicent Lillo como asimismo la primera referencia en el apartado de narrativas de esta joven editorial de Barcelona. Y no es de extrañar que Amores y dunas haya caído en una editorial como la Espiral Literaria que hasta ahora se había inclinado y caracterizado por la edición de poesía alternativa, lanzando, por un lado, poemarios de autores aún no muy conocidos pero con un enorme potencial -como Insectos de Víctor L. Briones Antón o Canto rodado de ElMudo-, así como libros de carácter colectivo tales como Magrada Granada o Textos desobedients con más de quince firmas diferentes cada uno, por citar sólo algunos. Y es que, a pesar de ser un libro en prosa, en Amores y dunas nos topamos de cuando en cuando con arrebatos poéticos (algunos más conseguidos que otros) que encajan totalmente con el hacer de la Espiral.

La historia es coral, el argumento está dividido en ocho partes (uno por cada personaje relevante) y un epílogo que tienen lugar en una pequeña ciudad de Valencia en la que se van entrelazando varias historias en torno a algunos habitantes del lugar, la mayoría de ellos gays (no homosexuales sino gays, así lo reitera el propio Lillo varias veces y aunque pudieran significar lo mismo, desde luego yo sí creo que hay matices entre un término u otro), vinculados unos con otros por razones de índole sentimental, amistad, profesional o porque están emparentados. Otro nexo de unión son las dunas de la playa, un punto de encuentro que a partir de cierta hora por la noche sirve como lugar de intercambio sexual fortuito, instantáneo y sin ningún tipo de compromiso, donde varios de los personajes van a parar o han parado en el pasado debido a su incontrolada libido o por satisfacer superficialmente un vacío existencial.

Más que un ejercicio narrativo, que también, Amores y dunas es básicamente una reflexión sobre el amor, el enamoramiento, las relaciones de pareja, los primeros acercamientos de dos que desean amar, el deseo, la ruptura, la necesidad de querer y ser querido, la inseguridad, la falta de comunicación, las falsas ilusiones, el ámbito gay, entre otras cosas. Lillo no relata demasiado como sí analiza -quizá el autor tenga formación en psicología-, dándole vueltas a todo muchas veces de manera innecesaria.

Así descubrimos que el hermano de Álex (de los pocos heteros de la historia, ennoviado con una normanda) es Víctor, quien está saliendo con Daniel, quien intentó una relación con Ximo que no funcionó porque éste buscaba en él a David, quien a su vez se ha enrollado brevemente con Raúl, quien por su parte no sabe muy bien si quedarse con Paco al final… La verdad es que tanto lío de braguetas termina cansando y hasta confunde porque hay un momento en que ya no se sabe quién está con quién, quién quiere con quién y quién ha engañado a quién; casi hasta se agradecería un diagrama. Los personajes retratados pasan de los cuarenta pero su edad mental y emocional casi siempre está mucho más atrasada y no sería raro que el lector más incisivo pudiese pensar que para la edad que tienen ya son muy mayores para andarse con tanta tontería. Y así como el autor logra en ocasiones esgrimir cavilaciones acertadas sobre la complejidad de estos temas y/o construir inspirados hilos de bellas oraciones que beben del romanticismo y la poesía, así también su relato puede caer en lo cursi, soso y banal.

Le sobran páginas, entre otras cosas porque casi todos los capítulos se parecen debido a que el formato en cada uno de ellos básicamente consiste en un amante que da mucho de sí y otro que no da nada. Todos los personajes viven preocupadísimos por enamorarse o no enamorarse. Tanta reiteración y tanta justificación aburren. Otro punto negativo según mi criterio es que el monólogo de cada uno de los personajes principales (que como ya he dicho son bastantes) en el fondo no distan mucho de sí y se podría decir que provienen de una sola voz, la de Lillo colocándose desde más o menos distintas circunstancias, aportando en determinados pasajes de poco a nada (el capítulo dedicado a David, por ejemplo, podría habérselo ahorrado). Definitivamente, la repetición del fondo y la forma, el hostigamiento circular y sin mucho sentido con el que se alimentan todas las historias, la técnica narrativa no del todo trabajada, hacen que las 261 páginas transcurran muy lentamente por nuestros ojos, generando verdadero interés sólo de manera intermitente. Para ser una primera novela no está mal pero creo que con la mitad de páginas o menos podría haber dicho lo mismo y la filtración y la rigurosa selección del propio material es una de las habilidades que el joven escritor tendrá que perfeccionar si es que quiere enganchar al lector en futuros trabajos y no empacharlo, porque Amores y dunas bien pudiera describirse metafóricamente como la imagen de un gay inmaduro que suspira anhelante, desesperada y enfermizamente en una playa del mediterráneo mientras corta los pétalos de una flor diciendo para sí “me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere”…

Con todo, Lillo nos ofrece fragmentos atinados en los que uno puede identificarse y conectar con su “filosofía del amor” (se sea gay o no), como cuando por ejemplo escribe sobre los enamorados: “[…] El enamoradizo sueña con su amado. Y quiere realizar su sueño demasiado deprisa, pero solo con él. Los demás no le despiertan ningún interés. El problema que se encuentra siempre, es cómo va a realizar un sueño con quien apenas conoce y es un desconocido que habita más que nada en su cabeza, en la imaginación de sus ideas y emociones, que en la realidad. Y tampoco está en su corazón real, aunque lo sienta así. Pero el enamoradizo le echa sobre todo ganas y valor, se sumerge en la piscina sin importarle si hay agua. Inventa a su amado y quiere que encaje en su molde. […] el enamoradizo sí que tiene a su favor otra cosa, puede superar sus fracasos con otro sueño nuevo, porque en realidad tampoco se ha enamorado de nadie. Salvo de sus propios deseos de enamorarse. […] La esperanza es el alimento del amante, el único remedio eficaz contra la angustia de amar sin ser correspondido”…


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